Imagina la cicatriz más grande del mundo, aquella que dejó salir el pecado original en busca de una nueva oportunidad. El estómago atravesado por un puñal de piedra, purificador y asesino, permitiendo al verbo hacerse carne entre tus brazos, orgullosos y flacos, sabedores del milagro y la carga. De la suerte.
Ver a la bicha rondando a tu bien más preciado.
Barruntar la niebla a estribor, el invierno acechando y la noche perpetua de mil años sin estrellas.
Pensar que esta vez el pozo es demasiado profundo y que no serás capaz de sacar de nuevo agua limpia del mismo.
Y ver entonces resurgir a la diosa, legendaria guerrera.
La mujer más fuerte del universo.
Y comprobar, con lágrimas en los ojos, que cabalgas junto a una heroína mitológica y que, a su lado, jamás podrá ocurrirte nada.
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