Imagina siete años de mala suerte por romper a cabezazos el espejo de su habitación. Pagar cualquier castigo impuesto por el cielo, mirar hacia la pared con los brazos en cruz durante toda tu vida. Mirar a los chicos nadar desde la grada, los fuegos artificiales desde tu ventana, los besos al ganador desde la parte baja del podio. Agachar la cabeza y morderte los labios de vuelta a tu casa bajo las piedras. Desangrarte, humillarte, llorar. Incluso rezar.
Todo a cambio de follar con ella una vez más.
Y morir (y gozar).
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