Imagina una terraza cerrada con tubos de metal y tuberías de gases hipnóticos, mientras un coro de mendigos y niños de la calle cantan misas negras envueltos en terciopelo volatil.
Desde la calle todos señalarían hacia tu balcón, con la vana esperanza de ver como claudicas al deseo de saltar con los ojos cerrados y el pecho abierto, con las ganas de aplaudir tu caida y sortearse los despojos resultantes. Carroña.
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