Imagina llegar cada mañana, con los enormes pantalones de pana de tu padre, e intentar pasar inadvertido entre tanto mameluco. Sentir que no formas parte de nada y menos aún, de esos que se sientan en el mar de pupitres que rodea tu isla en mitad del universo. Ceñirte el gorro de lana hasta los ojos, para dejar de ver el mundo real.
Saber que te señalan.
Saberte raro.
Y encontrar a más de tu especie, deambulando como tú, y poder compartir con ellos risas y bromas (y con ellas, besos con lengua).
Cuando ibas al colegio..
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