Imagina el letargo inexplicable bajo las raíces del gran árbol, el único que puebla ya el jardín devastado por inundaciones, incendios, guerras y batallas.
La luz que se cuela por los túneles.
Empujar a los cachorros a salir de la madriguera y aprovechar la inercia para descarnarse las uñas en una huída salvaje en busca de un nosotros fluido y disperso en dos.
Salir al exterior y otear el horizonte en busca del abismo más cercano.
Podía ser que corriéramos en esa dirección. Sin mirar atrás.
Juntos. O por separado.
Pero correr..